Ha acabado un nuevo fin de semana. Uno menos y uno más. Y sigo sin poder beber cualquier cosa que tenga cualquier tipo de alcohol en su composición; y es un infierno. Trato de olvidarlo con los libros, la música, el cine, los amigos. Pero todos ellos me recuerdan, casi en el mismo grado -a veces pienso que de fermentación- el paso de una cerveza o de un whisky a través de mi garganta. Echo de menos las sensaciones, los pensamientos y las conversaciones llenas de contenidos caóticos y absurdos -y, por ello, con total sentido sintáctico, consciente y eterno-. Incluso hay mañanas que mi cuerpo pide algunas horas de resaca, que mi estómago pide un analgésico, que el inodoro recuerda vómitos ya pasados, ya perdidos. Y yo los tranquilizo diciéndoles que queda poco para el reencuentro.
A pesar de la nostalgia, me ha dado tiempo para reír -esa mueca que hace la boca cuando se lo pasa bien-, para hablar, para aprender, para conocer. Aunque estos días no he leído demasiado -sólo algunas páginas de Las cosas de George Perec: de nuevo me identifico con Jêrome y Sylvie-, he visto tres películas.
1.-Después de tantos años, de Ricardo Franco. La he vuelto a ver después de ocho meses y todo sigue igual: tristezas, pérdidas de tiempo, asco, muertes, rencores, poesía. Y he vuelto ha tener el mismo deseo que tuve cuando vi esta película y su primera parte -El desencanto-: haber pertenecido durante algún tiempo a la familia Panero. A pesar de que es más floja que El desencanto en cuanto a estética, a estructura, a fotografía, a conversaciones, sigue teniendo una vigencia genial y una visión interesante de dicha familia. Increible, por ejemplo, el reencuentro de Michi y de Leopoldo María en el cementerio de Astorga -irónico final de una estirpe ya muerta, como apunta Michi a su hermano-. Sólo sobra la nefasta banda sonora y algunas imágenes -las de los bosques, árboles...-. Lo demás son conversaciones, conversaciones que no se pierden con el tiempo, pues están llenas de retazos de pensamientos nuestros. También poesía, como ésta que lee Leopoldo María durante la película:
El loco mirando desde la puerta del jardín
Hombre normal que por un momento
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar al pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo mi ruina.
2.- Junior Bonner, de Sam Peckinpah. Sin duda, uno de los mejores acercamientos a la figura de los perdedores. Nada de sentimentalismos vacíos, muy típicos de este tipo de películas. El mundo del rodeo, de los vaqueros que, a pesar de vencer en los concursos, no logran huir de la derrota que les persigue desde niños. Steve McQueen, como siempre genial, borda su papel. Hay escenas y secuencias que siempre recordaré: la pelea en el saloon, provocada por Junior para irse con la chica; pero, sobre todo, nunca olvidaré las conversaciones y las miradas entre Junior y su padre. Hay un momento maravilloso en la película -en mi opinión el mejor-. Cuando Junior y su padre se van del desfile a caballo y paran en la estación de trenes; el padre le pide dinero y Junior le dice que "está sin blanca"; el padre le tira el sombrero al suelo de una bofetada, se levanta, lo recoge, lo limpia, atraviesa las vías, mira a su hijo -se miran ambos-; pasa el tren, se pierden las miradas y se vuelven a encontrar cuando el ferrocarril se deja de interponer entre ellas. Son las mismas: las de dos perdedores que se unen bajo una misma derrota: estar solos, "siempre en marcha", como dice Junior Bonner, el "rey del rodeo".
Os dejo el trailer original:
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