El lunes vi de nuevo 71 fragmentos de una cronología del azar de Michael Haneke. He vuelto a no asegurarme de la veracidad del título. Y vuelvo, dos noches después a hacerme la misma pregunta, "¿Serán setenta y uno los fragmentos?". Tendré que verla otra vez -por tercera vez- para averiguarlo. De lo que estoy seguro es de que los sujetos de la película volverán a tropezarse con el absurdo azar; maldito movimiento del mundo.
El realismo sucio del director vuelve a centrarse en el hastío y rechazo del mundo, en la violencia que no cesa por ser natural "de necesidad". La sangre no solo mana de los cuerpos que mueren; también de aquellos que sin morir quedan muertos por fuerzas de soledad, abandonamiento y espera.
Y, por supuesto, Haneke vuelve a intentar irritarnos con planos largos, muy largos; aunque no lo suficiente como para renegar de ellos. Son pura imágen de rutinas, siempre descarnadas bajo la atenta mirada de un director que observa -y presta sus ojos- con frialdad -casi inhumana-, distanciamiento -casi temible- y documentalidad -¿será el banco que hace esquina con nuestra esquina?- la vida de una decena de individuos hastiados, molestos, iracundos, tristes, finales.
Quien no la haya visto que intente verla; quizá durante 71 fragmentos se sientan cansados de ser hombres; aunque no lo suficiente como para dejarse llevar por el maldito azar.