Esta noche me acuesto pensando en el baile de Malas tierras. Pensando en Martin Sheen y su montón de piedras, inútil intento de ser reconocido en su lugar. Para algunos será el lugar de un fracaso. En mi opinión todo lo contrario. Es el lugar de una victoria, aunque esta victoria -en términos heideggerianos- sea una victoria hacia la muerte. A pesar de que Kit, en un principio, no busca eso, no busca la muerte, al final sabe que es el único camino para encontrar su identidad única, para hacer ver a la gente que existe, que se mueve, que actúa, que es algo más que un basurero. Es la gran encarnación del hombre como "acción por la acción". Es el retrato del individuo que no le queda otra que buscar su sitio; sabiendo que esa búsqueda tiene unas consecuencias. Él las asume; y las asume en el momento en que decide parar el coche en un camino quemado por el fuerte sol de la Norteamérica profunda -aunque se podría decir que las asume desde el principio, pues él ya sabe lo que quiere y cómo lo quiere-. Por eso va juntando piedras, con las que hace un pequeño montón. Ésta es su escultura. Ésta es la firma de su obra de arte manchada de sangre. El resto son sus utensilios y, sobre todo, su amor hacia Holly -un personaje que no busca, simplemente deja que busquen por ella, que Kit busque su camino; es la inocencia en la película-.
Kit siempre estará en mi apartamento, junto el cartel de Malas tierras -en una de las paredes de una de las habitaciones-.
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