Hace dos días vi Scanners de Cronenberg -comentario de la película: interesante, artesanal, imperfecta- y me acordé de Los cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont -seudónimo de Isidore Ducasse-. Durante ayer y hoy estuve buscando mi trabajo sobre él. Hace veinte minutos lo encontré. Este es un fragmento -y espero que os sirva de algo-:
Rubén Darío dice de la obra: «[Lautréamont] escribió […] un libro diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso; un libro en que se oyen a un tiempo mismo los gemidos del Dolor y los siniestros cascabeles de la locura»[1].
Diabólico, extraño, aullante, cruel… Adjetivos que resumen de manera perfecta y concisa el universo de los Cantos. Diabólico por su oposición y odio a ese dios condenatorio y creador del mal, extraño por el extenso imaginario que recrea en cada una de sus páginas, aullante por la licántropa y a la vez pululante voz narrativa, cruel por la sensación de dolor interno que tras leerlo se nos queda dentro, en el espacio visceral de nuestro cuerpo.
Puede parecer que en esta obra todo es violencia y resentimiento. Sin embargo, en ella se evoca también de modo incesante la infancia; esa infancia que, tras convertirse en distancia de los padres, de los parques, del hogar –en recuerdo simplemente- se nos aparece y se nos mete entre los huesos, siéndonos imposible eliminarla, a pesar del dolor que acarrea una infancia perdida.
Isidore Ducasse |
Para Maurice Blanchot, Maldoror es cruel y tierno al mismo tiempo[2]. Practica el daño contra el mundo exterior humano para luego arrepentirse y hacérselo a sí mismo, en un acto de culpabilidad sin límites. Es un continuo ir y venir desde el mundo del mal al mundo de la bondad. Todo se hace irracional en los Cantos de Maldoror. Todo está inscrito bajo una violencia más propia de un feroz animal, que sintiéndose atacado desde su nacimiento ataca sin miramientos, que de un humano. Esa violencia –llamémosla “violencia irracional”- es una muestra clara de la personalidad de Lautréamont, de su absoluto desencanto hacia el mundo en el que vive, en el que recuerda, en el que sufre. Este desencanto se transforma a cada página del libro en una violencia dual –hacia fuera y hacia dentro- en la que la agresividad se acrecienta continuamente, sin pausa alguna.
Maldoror encarna la doble condición del ser humano: la bondad y la maldad; al mismo tiempo que lleva a cabo un maravilloso baile de disfraces en el que tan pronto se viste del Maldoror animal –lleno de agresión, odio, ferocidad, instinto- como del Maldoror humano –lleno de resentimiento hacia sí mismo-. Esta doble condición –como bien apunta Maurice Blanchot- es la característica crucial de la obra.
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